En el santoral de los especialistas mundiales en reproducción asistida, Robert Edwards está de primero. Desde este lunes, se hizo inmortal. El británico, artífice de la fecundación in vitro, se acaba de alzar con el Premio Nobel de Medicina 2010. Su terapia posibilitó una transformación radical en el tratamiento de la infertilidad. Gracias a él han nacido 4 millones de ciudadanos del mundo por la vía de la reproducción asistida.
Hace 10 años en San Francisco, Estados Unidos, el valenciano Antonio Sanoja Breña conoció al eminente arquitecto de la primera bebé probeta del mundo, en un congreso sobre reproducción. Luego, repitió el gusto de escucharlo en conferencias en Londres y Madrid. “Es un hombre dotado de una sencillez extraordinaria; de esa sencillez que sólo da la sabiduría”, rescata de su personalidad. Edwards no piensa en dinero ni en fama. Ama a su familia y cultiva su inteligencia, añade el director del Centro Valenciano de Fertilidad y Esterilidad (Cevalfes).
En el Instituto Karolinska en Estocolmo argumentaron, como debían, los méritos científicos. Comunicaron que sus investigaciones “hicieron posible el tratamiento de la infertilidad, un problema médico que afecta a una gran proporción de la humanidad que incluye a más del diez por ciento de todas las parejas en el mundo”. La Asamblea Nobel añadió a la justificación que lo hecho por Edwards “constituye un hito en el desarrollo de la medicina moderna”.
Frutos encantados
El premio toma por sorpresa a Edwards en un hogar de ancianos en el Reino Unido. Debido a su precario estado de salud, está en duda si podrá asistir el 10 de diciembre a la ceremonia de entrega. El investigador, de 84 años, le dijo a su esposa que estaba muy contento por la distinción. El 10 de diciembre debe recibirla, junto a 1,48 millones de dólares.
Quien también se declaró “encantada” es Louise Brown, la primera “bebé probeta” del mundo. Sin Edwards no hubiese nacido en 1978. “Es una noticia fantástica, mi madre y yo estamos encantadas de que uno de los pioneros de la fecundación in vitro reciba el reconocimiento que merece”.
Pero, ¿cómo logró su hazaña inicial? El fundador del primer centro de fecundación in vitro, la Clínica Bourn Hall en Cambridge, trabajó sistemáticamente para alcanzar su objetivo, descubrió principios importantes de la fecundación humana y finalmente logró fecundar un óvulo humano en un tubo de ensayo. Antes de extrapolar el invento a humanos, lo intentó con conejos. Sus descubrimientos incluyen la determinación de cómo maduran los óvulos humanos, cómo las diferentes hormonas regulan su maduración y cuándo éstas son más susceptibles a la fecundación.
Sanoja Breña recuerda un artículo de cabecera emergido de la pluma de Edwards (“Fertilización in vitro, tiempo para repensar”, se titulaba) en el que el autor reflexiona sobre la vigorosa industria que se desarrolló en torno a su descubrimiento y cómo algunos lo hacían bien, pero otros no tanto. “La reproducción se ha desaforado”, reflexiona el director de Cevalfes, antes de llamar a la reflexión sobre la importancia de consultar a especialistas del área.
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